La villa marinera esconde multitud de curiosidades, empezando por la historia de ‘Aitxitxa Makurra’. Dos tipos de visitas guiadas ayudan a desvelarlas
Era patrón de barco, uno de esos hombres valerosos que cada día se enfrentan a la mar. Dicen que aún no había zarpado del puerto de Lekeitio cuando sufrió un ataque al corazón. El caos estallaba de inmediato. Los marineros pretendían auxiliarle pero no encontraban la manera. Pasaba por allí un tipo extraño, un hombre vestido de negro que se acercó a uno de ellos. «Para salvar a tu patrón debes…», las palabras navegaron en su boca como navegan los barcos en el océano. Gracias a ellas supo el marino cómo auxiliar al enfermo, salvándole la vida. «Desde este momento –pronunció el desconocido de luto–, igual que has curado a tu capitán, te dedicarás a curar a otras personas. Pero has de vigilar tu tejado a diario. Cuando crezca en él la hierba, tendrás que despedirte de tu familia y acercarte sin demora hasta la playa».
Tuvo el antiguo navegante una vida larga, dedicada al prójimo. Cumplidos los 90 años, mientras se desperezaba como cada mañana estirando torso y brazos, sus ojos distinguieron un grupo de hierbecillas verdes sobre las tejas de casa. Recordó la promesa hecha hace tiempo y, tras decir adiós a los suyos, caminó hasta el arenal donde la figura negra del pasado revelaba su verdadera identidad. «Soy la Muerte» –dijo en actitud serena. «He esperado muchos años y es hora de partir juntos hacia mi morada». Tras observar con ojos huecos al anciano, tocó su hombro, convirtiéndole en piedra. Aseguran los lekeitarras que su cuerpo transformado en peñasco aguarda aún sobre la arena de Isuntza. Es el ‘Aitxitxa Makurra’, el abuelo encorvado.
Todos los pueblos conservan sus leyendas, historias repletas de magia transmitidas a través de generaciones. A ese saber popular se suman hoy en día las visitas turísticas, en las que el público participa de ese repertorio gracias a la información que guías y audioguías proclaman. Animamos mediante estas líneas a conocerlas, a acercarse hasta la localidad costera de Lekeitio para callejear acompañado de un cicerone o por libre, gracias a las grabaciones disponibles en la Oficina de Turismo.
Muchos son los que han pisado alguna vez las calles empedradas de la villa marinera; sin embargo pocos se detienen a aprender datos acerca de su historia. Una historia repleta de curiosidades en la que surgen palabras de noble mención como reyes o señores, y de gozosa aventura como piratas o balleneros. Sobre unos y otros vocablos investigará el recién llegado, quien al concluir merecerá reposo en alguna de las múltiples tabernas asomadas al Cantábrico.
Palabras de peso son también las que componen la suma de carta y puebla. El preciado documento lo obtenía Lekeitio en 1325 por obra y gracia de María Díaz de Haro, Señora de Vizcaya. Quedaba dotada así de fueros y límites territoriales. Poco después, en 1334, el monarca Alfonso XI confirmaba el escrito ordenando, además, levantar sus murallas. Los restos de la barrera de piedra que admira hoy día el visitante no son los de la primitiva defensa sino los pertenecientes a la edificación de finales del XV, con la única torre aún en pie, Torrezar.
Una particularidad de la villa se conoce delante de la iglesia de Santa María, de cuyos bienes Lekeitio fue copropietaria. Gracias a eso administraba sus rentas e incluso podía designar a sus clérigos. ‘La de la Asunción’ (s. XV) se levanta firme en el casco viejo como uno de los ejemplos más bellos del gótico tardío vasco. Sus arbotantes y contrafuertes parecerían el esqueleto de una enorme bestia de no estar rematados por pináculos decorativos.